jueves, 5 de noviembre de 2015

Valag



Jorge era especial, tenía mala suerte, siempre tenía mala suerte. Pero no se lo tomaba a mal, simplemente iba pasando por todas las desgracias inimaginables con una tímida sonrisa tensando su boca.

Cuando a los cinco años su madre se fué de la casa de la familia para irse a vivir con un malabarista, Jorge, no lloró, cierto es que preguntaba a su padre acerca de cuales habían sido las causas por las que ahora los espaguetis con tomate no tocaban solamente los lunes, también los miercoles y los sábados. Era su forma de indagar, con cautéla, sin herir los sentimientos del adulto, sobre porqué se había ido su mamá. Pero parecía llevarlo bien, no protestó a la hora de volver al colegio.

Las cosas se pusierón algo más serias cuando llegó a la secundaria, comenzó a suspender asignaturas y a los demás niños no les agradaba su tímida sonrisa. Además los profesores apenas se dieron cuenta del bulling del que empezaba a ser víctima.

Después la adolescencia no le trató con mucho tacto, a pesar del que tenía él con las chicas, siempre le daban calabazas, o más bien se las tiraban a la cabeza gritándole las barbaridades menos aptas para un oido sensible. Sin embargo la tímida sonrisa no desaparecía.

Cuando murió su Tia Florinda, con la que se llevaba especialmente bien, fué incapaz de verter una lágrima por ella. A aquellas alturas su cabeza era una auténtica tortura. Que si porqué no puedo llorar, que si veo los problemas pero no los siento, nadie se da cuenta de todo mi esfuerzo, se creen que puedo con todo, se creen que soy de piedra, me toman por el pito del sereno, nadie se preocupa por mi, etc.

Pero no lloraba, no, ni parecía ponerse triste. Lo único que se acertaba a comprender de su carácter era una especie de preocupación sempiterna entre sus cejas, justo por encima de su tímida sonrisa.

Le costó mucho esfuerzo terminar los estudios, sobre todo contra el profesorado que le hacía la vida imposible.

Si montaba en bicicleta se le rompian y caían los pedales, si iba de viaje el tren sufría retrasos, si de escalada comenzaban las tormentas. Su primera motocicleta, a la semana, tenía el depósito lleno de arroz. El primer coche siempre aparcado justo bajo los nidos de las golondrinas, palomas e incluso gaviotas. Un desastre vaya.

Al hacerse mayor consiguió un trabajo de fotógrafo, comenzó en una revistilla de barrio, poca cosa pero él era muy bueno, lo suficiente como para que alguien le ayudase a realizar el sueño de su vida, irse a Africa en una aventura expeditiva.

La sorpresa se la llevó al encontrarse con los chamanes de la tribu hujukiyi, unos tipos con circulitos y estrellas azules y amarillas dibujadas en la cara, que al verle en mitad de la selva le rodearon y raptaron sin muchas reticencias por parte de su equipo, por otra parte era normal, ya que allí donde ponían el campamento las serpientes entraban en las tiendas, las conservas se ponían malas y los mosquitos dilapidaban las fuerzas vitales de cada uno de los componentes.

Los hujukiyi le llevaron a una cueva, entonaron cánticos a su alrededor, escupieron fuego cerca de su rostro y le administrarón un brebaje mágico con el que vió un monstruo atroz, con tres caras, sobre su cabeza, que aspiraban algo que emanaba de su propio cuerpo. Le conminarón a recitar una especie de mantras y a bailar con ellos, casi a punta de lanza. Cuando la debilidad se fué adueñando de su ser, tras unas cuantas horas de ritual, juraría haber visto, entre la obscuridad y con una somnolencia viscosa, cómo el monstruo cogía las de villadiego.

El equipo explorador, arrepentido de haber dejado que el rapto tuviese lugar, decidió que aún a un gafe se le deben ciertos respetos, así que selva arriba selva abajo consiguieron un interprete para la zona y le buscarón avidamente.

Cuando tomaron nuevo contacto con los chamanes de la tribu hujukiyi, de inmediato, se apenaron por el pobre Jorge, estaba tán compungido que era imposible no sentir empatía por el.

Todos se acercaron, el interprete tambien, y los chamanes, lejos de parecer enemigos, comenzarón a dar explicaciones:

-Este tipo tenía un monstruo valag sobre su alma. Si no se lo hubiesemos sacado de encima hubiera seguido alimentandose de su tristeza toda la vida, metiendole en lios para conseguirla. Los monstruos valag son peligrosos, provocan incluso terremotos o inundaciones alrededor de sus presas a las que utilizan como si fuesen vacas y sus emociones la leche que emana de ellas. Nunca se debe permitir la presencia de un monstruo valag sobre nadie, por eso le raptamos, pués si se permite seguirá creciendo y creciendo.

Jorge por su parte lloraba y lloraba, todas las preocupaciones de siempre, al fin, tenían respuesta, pero no sólo la de sus ojos sino también la de aquellos que estaban cercanos.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Luna llena

Que luna tan preciosa, ilumina las aceras, las hojas de los árboles, las ventanas de los que se fueron a dormir. -Luna, siempre me acompañas en las noches de otoño, y en las de primavera. Quién fuese poéta, aquí, ahora mismo, para escribirte mil poemas, para tener el dón de hacerte sentir una pizquita de lo que me haces sentir tú a mi.- Creo que te olvidas de que no siempre soy tan buena, amigo, puede que yo te haga sentir, pero... -Bua, ya sé lo que dicen de tí, que si las mareas, que si las frustraciones, que si los hombres lobo. Y no digo que no tengan razón. Fijaté el bobo que andaba tras de mí, se creyó gato e intentó saltar como yo al otro tejado.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Cuadros

Desde que se había mudado a aquella mansión no pegaba ojo. Cada noche le faltaba algo distinto, que si un anillo, que si un florero... Pero no había manera de pillar al ladrón, nadie sabía como entraba, ni siquiera los del seguro. Por faltarle le faltaban hasta los sanwiches de la nevera. Pensaba que quizás la mansión tuviese algún pasadizo secreto, pero llevaba ya tres semanas allí y quien fuese no parecía ir más allá, aunque era muy inquietante. En fin, mejor cambiar los cuadros de las habitaciones, sobre todo esos dos tán parecidos, esos que tenían dibujado un comedor tan realista. Conservaría los marcos, esos si, que debían de tener la tira de años, incluso creyó recordar haber visto algo parecido en la biblioteca del primer piso, la que tenía libros de brujería. Era tarde, pero inquieta como estaba era el momento oportuno, primero el del pasillo, por una fotografía de Siberia. Y así lo hizo, pero escuchó un tropezón en el comedor y se asomó, no parecía haber nadie, en fin, ahora el otro por el desierto del sahara....

El hombre lluvia

El hombre lluvia era como le conocian todos en la ciudad. Siempre iba con paraguas y siempre tenía un círculo de lluvia sobre el. Alrededor, hiciese el tiempo que hiciese, las gotas salpicaban chorreantes formando pequeños charcos a su paso. En invierno era menos evidente, pero siempre curioso. Aquella tarde ella se atrevió a acercarsele, llevaba tiempo pensándolo. - Disculpeme, no he podido evitar sentir curiosidad por usted, aunque no quisiera ser insolente, pero... ¿No siente melancolía siempre bajo la lluvia? Quisiera hacerle la tarde un poco más grata. He traido algo de música que me gustaría compartir... -Chiquilla, fijate bien, es verano y en verano siempre llevo un arcoiris conmigo.

pesadilla

Siempre tuvo pesadillas, pero pesadillas pesadas. Desde que tenía uso de razón las personas que veía de día parecían transformarse en obscuros monstruos y demonios por la noche. Quizás por la rutina o quien sabe por el frío de la habitación, la dureza del colegio primero y del trabajo después, las prisas, el estress, el futuro incierto... Pero esa noche, se le aparecieron todos, todos juntos, uno detrás del otro, y lo que parecería insoportable, abismalmente atroz, transformaría su percepción para siempre. Esa noche era distinta al resto, porque esa noche era más real que ninguna otra: De alguna forma había tomado conciencia de estar durmiendo, quizás era la rutina, quizás el frío, la dureza del trabajo... Pero su ego estaba presente, dandole con la almohada de forma entusiasmada a cada uno de los fantasmas mientras gritaba... ¡Una primitiva premiada!

La abuela



Joroba estos dos, están a repartir una castaña. Que si te lo cuento, tener no tienen un chavo, se tienen el uno al otro eso si, a ver lo que les dura. Si mi Manolo levantase la cabeza... Si es que no tienen casa, y el chaval está mu majo, todo hay que decirlo. Si no fuese por la edad que tengo... Si es que esta Marujita se trae de cada maromo. Claro, con esto de que ya no hace falta casarse... Pués se lleva lo bueno de la vida y lo malo lo esquiva. Que envidia, yo a su edad andaba cambiandole los pañales a su tia, y los de su madre hacía años que habían empezado la escuela. Y esos vicios, que yo tenía que esconderme para dar dos caladas. Humm, aunque no sé, eso de que el tabaco lo ponga ella... Eso no trae nada bueno, en mis tiempos los frutos de mi trabajo se quedaban patentemente a mi lado y lo mio era mio y lo de mi marido tambien. Pero ahora... Pobre chiquilla, trabajando fuera pa invitar a este a fumar tabaco, ni niños ni na. Cuando llegue a mis años lo mismo se queda sola, pero sola de verdad. Si no fuese por la edad que tengo se lo demostraba, le guiñaba el ojo al tipo este y me lo llevaba a dar una vuelta. Seguro que al volver Maruja se daba cuenta y dejaba de poner las perras.

-Abuela, ¿Que tal está al sol?

- Ay hija mia, si yo tuviese tus años, pero sabiendo lo que se claro.

En el nombre del cactus

Hace algunos años, en una casita soleada en los límites de Getafe, vivía una pareja de enamorados. Paco aventajaba a Pedro en edad, tan solo un par de años, pero eso le hacía tener la posición predominante; él era el que con tán sólo 26 años llevaba la carga económica al recién fundado hogar. Por las mañanas, a eso de las cinco de la madrugada, se levantaba, se duchaba, desayunaba y , tras vestirse, se iba directo al trabajo en la fábrica, a colocarle las fundas originales a los móviles. Pedro, por su parte se quedaba dormido hasta buena parte del mediodia. Cuando se conectaban en internet con sus aparatitos 4 g, Paco, siempre procuraba olvidar todo lo malo del dia; Por eso apenas le salían las palabras, y cuando le salía alguna, siempre era tosca y mal agarrada, asi que la tecnología no les servía de mucho; Pero después, corría a casa, a tiempo para llegar justo cuando Pedro comenzaba a cuidar de las plantas. Pedro, comenzó teniendo clavellines, pero se le quemaban, después intentó tener enredaderas, pero más de lo mismo. Ni la hiedra crecía en aquella amplia terraza a pesar de sus esfuerzos, y Paco siempre mirándole, quieto, inmovilizado, tratando de olvidar su dura jornada, frente al televisor durante horas, un día tras otro, sin apenas salir siquiera a tomar una cerveza. Las cosas llegaron hasta tal punto que Pedro comenzó a sentirse muy solo, comenzó a despertarse por las mañanas a la misma hora que su compañero, pero tán sólo para llorar, y cuando este volvía seguia llorando. Paco le trajo dos fundas de movil a Pedro, tenían dibujitos de cactus; Pedro cogió la idea al vuelo, comenzó con una de aquellas plantitas, luego media docena, la docena entera... En fin, la terraza entera llena de cactus, de diversas formas, tamaños, especies. Y Paco con su sonrisa forzada y tan parco en palabras como siempre. Pasado un año, Paco quiso cambiarle a Pedro la funda pero él se negó. Comenzó a cultivar una especie nueva de cactus, de color verde azulado, redonditos, con gajos casi como los de las naranjas, y con unas florecitas como rosa pálido se los había regalado la vecina del cuarto. Aquél se pilló tál mosqueo que pisoteó toda la nueva especie, no pasaron ni tres horas cuando comenzó a dormir con unas fuertes pesadillas: soñaba que estaba en el desierto y que Pablo venía a regarle, si, a regarle... y él se había convertido en un cactus. Pedro se preocupaba por él y le entendía, era la unica persona que había y le entendía atrapado en la forma del cactus, le consolaba y trataba con fidelidad... Cuando despertó en el hospital, allí estaba él, llorando sobre la cabecera de su cama. "Has tenido una crisis nerviosa, hemos tenido que sedarte, necesitas un cambio de aires" Le dijo un médico con bata blanca y estereoscopio, como los de antes. En cuanto le dieron el alta, Pedro donó todos los cactus al jardín Botánico, Paco dejó el trabajo en la fábrica y se fuerón los dos de vacaciones a los Pirineos a coger aire fresco y energía. La iban a necesitar para buscar una nueva vida.

La bestia



-¡Ya viene! ¡Ya viene! ¡Corred, corred todas!

-¡No puede ser! ¡Otra vez no! ¡Apenas nos ha dado tiempo a recomponer los senderos, a marcar los hitos de los caminos hacia las verduras!

-¡Corred! ¡Corred todas! ¡Viene tan certeramente hacia aquí que todas podemos sentir a la bestia en el temblor del suelo! ¡Corred por vuestras vidas y sed prudentes y quedaos en casa las que podais!


-La bestia ruge tan fuerte que nuestros techos tiemblan sobre los retoños
-La bestia desmorona el orden ancestral de las estaciones y hace que torrentes de agua se desborden sobre la puerta de casa y que el viento se huracane hasta borrarnos de la superficie de la tierra.
-La bestia no tiene piedad y pone en peligro la supervivencia de las más ávidas guerreras.


Maria del Mar, en el patio de su casa, ignorando el lenguaje mismo de las advertencias, se encontraba desenroscando su cuerda preferida de saltar a la comba.

Cómo cada día, a estas mismas horas, se proponía batir sus propios records.


-Me la ato en una muñeca, me la ato a la otra... Ya está, y ahora a saltar...

-Uno, dos, tres...


Mientras tanto en el interior se podía sentir el temblor de cada sonido:


(UUUuunnnooo.. PLum. DDDOOOOoosss...Plum....TREeeesss PLum).


Las hormigas aterrorizadas no se atrevían a salir, solamente una superviviente había sido capaz de volver al hormiguero para poder contar cómo había sido lanzada hasta la pared que había tras las tomateras.
 

Mudanza



Cómo ya somos cuatrocientos en el grupo han decidido hacernos una mudanza, no es que no estuvieramos cómodos, es que dicen que vienen muchos más. Cosas del destino, espero que la dueña cambie de habitos y decida hacer grupo mixto, más que nada porque desde aquí veo los colores del otro grupo y me sobra chispa. Especialmente me gustan las líneas que puedo divisar desde la reja marrón del sitio que habitamos.

Enfrente tenemos la alegría y la diferencia, que estamos los cuatrocientos algo cortados por el mismo patrón y resulta muy aburrido.

Me encantaría compartir un lugar oscurito sin pasar demasiado frio ni calor, entre la juerga de los que no tienen marca. Que está bien que los Bic seamos los mecheros preferidos, pero me aburre el clasismo del estanquero.

Si por lo menos la dueña comprase los cartones de tres en tres, en vez de de seis en seis, seguro que saldríamos ganando.

La familia perfecta



En el comedor, tras las cortinillas naranjas, esas traslucidas que se movían con el aire, estaban Marco y Aurelia; llevaban poco tiempo viviendo juntos, así que hablaban casi de todo, intentaban sentar las bases de "Algo sólido".


Cristina, cómo buena cotilla que era, aprovechaba los escasos 3 metros del patio interior que separaban su reciente "Cuarto de estar" y el comedor de la pareja. Ella siempre había tenido sus inclinaciones, pero realmente cualquiera pondría oidos a aquel par de heavis del amor.


Aquella misma mañana, por ejemplo, Marco, se había atrevido a preguntarle a su novia por sus relaciones anteriores y ella, ni corta ni perezosa, le había estado contestando sincera y abiertamente.
La conversación había seguido con las relaciones de él y, ahora, entre el olor de la coliflor y la labor de punto primorosa de la vecina indiscreta, seguía como sigue:


-Yo no creo que seas machista, lo que pasa es que habeis tenido los oidos convenientemente abiertos a lo de que la mujer tiene que trabajar, por eso ahora nos va cómo nos va.
-¿Y eso que tiene que ver con lo que te he contado?
-¿No me estabas contando porqué lo dejaste con Luisa?
-Si, porque era estrecha de miras y no quería hacerlo encima.
-Pués eso.
-No te entiendo.
-Mira, en realidad es muy sencillo: Si la mujer no hubiese tenido acceso al trabajo no habrían bajado los sueldos, si no hubiesen bajado los sueldos no haría falta que trabajasen dos personas fuera de casa; entonces las familias no hubiesen ganado la misma cantidad de dinero, las casas no habrían podido subir tanto de precio en el mercado y ahora no sería indispensable que las dos personas trabajasen para poder tener hijos.
-Estoy de acuerdo, por eso no quiero tener hijos.
-Claro y por eso digo que yo no creo que seas machista, si fueses machista querrías que las cosas volviesen atrás, o peor aún que tu novia o tu mujer trabajase fuera y dentro de la casa más que tú.
-Tu sabes que me parece bastante serio, sin tener hijos, tener que trabajar doce horas y volver a casa a fregar los platos.
-Claro pero Luisa escuchó hablar de los neomaltusianos en la cafetería, de hecho te lo comentó.
-Si...
-Y ella se pensó que tú ya te habrías informado y que querías tener niños. Venía cansada del trabajo y se mosqueó porque se vió sobrecargada.
-Los musulmanes tienen la culpa de que cortase con Luisa.
-Bueno de todo se puede aprender, yo contra los neomaltusianos abogaría por la familia triparental.
-¿Eso es nuevo?
-Si, de mi cosecha, resulta evidente que con las lavadoras, frigoríficos, comidas precocinadas, microondas y demás, ya no existe el acuciante trabajo del ama de casa y una persona puede hacerse cargo de más tareas o personas en ese aspecto.


Cristina se comía un bollo de chocolate y rezaba porque soplase el viento para ver la cara de Marco, el silencio parecía decirle que estaba sonriendo.


-Siempre que me toque con dos hombres, claro, y que yo sea una de las personas que trabaja fuera. No es que no juegue con la idea de tener niños, es que no tengo buenos recuerdos de cuando le tenía que limpiar los mocos a mi hermana.


Seguro que Aurelia había conseguido borrar la sonrisa de su novio, en boca callada no entran moscas.

EL GENIO DE LA WEBCAM



Desde pequeña tengo un don: parte de mis sueños se hacen realidad, sobre todo cuando se repiten.

Así supe que los reyes magos tenían más de magos que de reyes, o que a mi amiga Violeta le iban a regalar una tablet y no le iba a gustar el modelo. Pero esta no es la historia de esta noche; la historia de esta noche es la historia de un genio maravilloso, de un genio que habitaba en la lente de una webcam de un locutorio de Valencia.


Yo había soñado varias veces con su aparición, así que iba por el mundo limpiando y enfocando e intentaba tener videoconferencias con mis contactos de otras ciudades fuera de mi casa.


Al principio pensaba que era algo cutre eso de que me vieran salir con las mesitas todas apiñadas detrás, pero a mis conocidos les dió por entender que debía viajar mucho y algunos pensaron que estaba trabajando como comercial o representante. Sorprendentemente comenzarón a mandarme enlaces a sus páginas de negocios y a sus videos musicales caseros de youtube. Cierto es que quedé en deuda con ellos: Me lo pasaba genial con sus diferentes artes pero poco podía hacer una peluquera para hacerles triunfar.


Pero volvamos a nuestra historia que es la que quiero contar, ya les hablaré otro día de cómo conseguí resarcirles ( Al menos a la mayoría). La primera vez que soñé con el genio, no lo tuve ni tán siquiera en cuenta, pués apenas unos cuantos de los trozos de mis experiencias oníricas llegan a materializarse; la segunda jugúe con la idea de pedirle que me tocase la lotería y así lo dejé; pero al soñar por cuarta vez con él... Me lo planteé seriamente.


Si me tocase la loteria. ¿Que haría con ello?


Seguramente lo repartiría entre mis conocidos, me indiqué a mi misma, pero se gastaría pronto, pensarían que seguiría siendo millonetis y que lo guardaba todo para mí, cómo la gente es tan mal pensada me llamarían tacaña y perdería a mucha gente que me importa (aunque no estoy segura de si yo les importo a ellos). No, eso no podía pasar, pediría una lotería y me quedaría con ella, tendría que simular, seguir con mi vida normal, pero no podría pagar la hipoteca de mi prima Susi (Tiene la lengua más larga que he conocido jamás) ¿Y si rompiese con todos? Sería una nueva rica, fuera de lugar... ¡Fuera la lotería! No funcionaría jamás. Tal cuál desterré la idea del genio.


Sin embargo continuaba soñando con él. Al principio, después de mis disquisiciones millonarias, me mostré reticente a considerarlo, luego quise maquinar deseos algo más útiles; hice listas con pros y contras para priorizar, pero a todo le encontraba pegas:


-Felicidad para la humanidad: Nos volvería tontos y se lavaría las manos. ¡Ya sois felices!
- Mayor respeto por la naturaleza: Dotaría de habla a los animales para que pudiesemos entenderlos mejor, pero los perros nos entenderían a nosotros, tomarían el mando y nos sacarían de paseo al parque para que les tirasemos palos a la orden de "guau" para que ellos se ejercitasen.
-Que nadie pasase hambre en el mundo: Si eso era lo mejor, pero ¿Y si le daba por conseguirlo? millones de vacas esclavizadas...


-Ya está: Que se consiguiese producir comida artificial, pero entonces no nos haría falta la naturaleza y tál cómo somos la destrozaríamos aún más.


Así fueron pasando los meses y los años: Frotando lentes en lugares insospechados (Hasta mi madre dió un alarido de alegría y sorpresa cuando le limpié la suya en su casa), el genio sin aparecer, y yo rompiendome la cocorota sin conseguir apenas nada que me convenciese pedir en tán solemne futura aparición.


Un día, creo que era de un Septiembre, trás un viaje a Valencia (Había ido allí a ver a mi tio Lucas, que bautizaba a su nueva ahijada, y tras alojarme en su casa, por motivos económicos, estabamos en crisis, llevaba cinco meses en paro pero no encontraba fuerzas para levantarme después de los gritos de mi último jefe...) necesité hablar con mi pareja (Que se había quedado en Madrid por motivos laborales) y la compañía de telecomunicaciones, cómo siempre tras una avería, llevaba una semana sin solucionar nada en casa de mi tío y sin dar la cara.


Me vestí, bajé a la calle y busqué el locutorio más cercano, me senté en una de esas apiñadas mesitas y limpié la cámara; me había olvidado del genio.


Una nube azul y rosa salió por todo el entramado de cables, inmovilizando el tiempo para todos, excepto para mi y para el genio que empezaba a tomar sus contornos.


Cuando terminó de estirarse y desentumecer su cuerpo se puso brazos en jarras a mi lado, todo erguido, mirándome desde su metro noventa hacia abajo, donde me sentaba, y con voz profunda, sonora y gutural me dijo:


-Soy el genio de la web cam, te concedo un deseo y sólo uno, date prisa, no me hagas perder el tiempo.


Eso ya me puso esquiva: parecía un prepotente de aupa. No me quedó más remedio que acordarme de todo lo que había imaginado desear y sus posibles resultados y apunto estuve de pedirle un boligrafo bic para escribir este cuento hasta aquí.
Cosas de la vida suspiré con paciencia y quise hacerle una pregunta antes de mandarle a tomar viento fresco:


- No va a ser este mi deseo, pero me agradaría que me contases el porqué alguien tan importante cómo tú va metiendo a la gente en lios, y forzandola a elegir entre todos sus males cuál es el que prefieren eliminar en vez de ir ejerciendo tus poderes para hacer el bien común.


Mi sorpresa fué mayúscula cuando le ví abrir muchos los ojos, girándolos para encontrar una respuesta, encogiendose y arrugandose, con los brazos caidos, en un estado deplorable...


Me contó que lo había intentado una y otra vez, que siempre salierón trágedias, y que hace seismil años, llegó a tener una crisis de ansiedad, un niño viendole llorar le preguntó que si no le haría feliz devolverle la vida a su perro chucho, que era muy bueno y a el lo ayudaba mucho. El lo consiguió y se sintió reconfortado por la mirada del niño, aunque chucho pasó de él; desde entonces, con mayor o menor acierto iba por ahí repitiendo el experimento, porque no sabía que otra cosa podía hacer.
En el momento en que terminaba su narrativa respuesta empezó a sollozar,me daba tanta pena verle en ese estado....


Le puse una mano en el hombro y ví que me miraba entre acongojado y vergonzoso. Tuve un instante de inspiración, supe cómo por arte de magia cuál era el deseo correcto.


Cogí fuerzas, le miré cara a cara y, lo más dulcemente que pude, le formulé mi deseo:


-Deseo que me dejes darte un abrazo.

Niña



En la terraza una niña se sienta frente a los geranios de la primavera, quiere sorprenderlos en el juego del escondite inglés, pero núnca gana ella.

En vez de rendirse se impacienta y salta, intenta correr más que las furgonetas y ahí la tienen de baranda a baranda.

Al medio día encontró un piedra, redonda toda ella, la pinta de rojo, le pone pintas negras, para que tenga mascota el duende de la enredadera.
Sueña que atraviesa paredes y se niega a hecharse la siesta, el mundo está lleno de mágia y no entiende tanta pereza.
Con los pañuelos de la abuela hace paracaidas para los boligrafos de su hermana, le gustan las letras aunque no sabe explicarlas. Le cuentan leyendas de las que saca moralejas varias. Comprende con el alma el corazón de las palabras.
Su mente busca mil usos al tenedor de las cenas, tridente de gnomos, corona de grandes reinas, si le dan otro, teme grandes pérdidas.
A la noche habla con la almohada, le cuenta sus batallas, algo que es tán suave tiene el don de escucharla.

Escapada



No avisó a nadie, se fue un domingo aún de madrugada, a las tres de la noche. Dejó la habitación revuelta, con la ropa más gastada tirada por los suelos. Atravesó el comedor desierto, con aquella mesa redonda y sus seis sillas sencillas, con una televisión impoluta de polvo, con apenas tres baldas de libros que nadie había leído. Se escuchaban las respiraciones del sueño de la familia: Los padres y los dos hermanos mayores.

Abrió la puerta silenciosamente, con cuidado de no despertar a nadie. La escalada en los pirineos sería magnífica, había que darse prisa para coger carretera.

rojos

En lo más profundo de las cuevas de Atilava no entraba la luz del Sol
Las montañas de Aruel, cuyos horst y graben, con sus subidas y bajadas de terreno características, forjasen sus formas sobre las duras cualidades del granito y las pintorescas manchas de las piedras de gneis, de naturaleza similar al anterior; refulgentes siempre en la claridad del mediodía; estaban salpicadas por obscuras y llanas pizarras, por blancas cuarcitas y gloriosos granates, ávidos de ser tallados por la mano del hombre.
En las llanuras que las proclamaban, apenas disuelto entre matorrales bajos y diversos pastos, aparecía, salpicando la estepa, ese árbol enano y retorcido que es el olivo.
Era más arriba, entre los robles melojos y los fresnos, frente a un grupo aislado de hayas, dónde se hallaban las citadas cuevas, dando posada y abrigo a las lumbres cásicas de las gentes de Esquida.
Los rojos de las llamas que consumían los troncos de pino, jugaban a saltar unos sobre otros, asustando a las obscuridades de las pizarras.
Entre aquellos rojos, que atesoraban los misterios de los antiguos ritos, que, en aquellas tierras, les adjudicaban, en la cabeza de los lugareños, el poder de concentrar las fuerzas del nacimiento y de la vida, el ímpetu y la vigorosa salud del orden y de las voluntades, en los grumos de silicatos que habrían de convertirse en los más codiciados amuletos, nació Giur.
Giur, hijo del hombre, vino al mundo con el fin de la talla del mayor de los granates conocidos, aquél que habría de entregarse, junto con el niño, al Emperador Hij.
Los pétalos de setecientas ochenta y tres amapolas y dos nardos, tirados al viento, en la hora del primer anochecer, y retirados al alba siguiente, del mismo día del alumbramiento del hijo del Emperador, así lo requerían.
Para la salvación del pueblo, tras la guerra civil, no bastaba la mono del futuro monarca; tendría que tener un sabio a su lado, un consejero que respirase su mismo aire, cada noche, y bebiese su misma leche, cada mañana, desde el primer día de su vida.
Todas las doncellas en edad fértil de Esquira fueron llamadas a las puertas del palacio Imperial, en la llanura de Yuy, setecientas ochenta y cinco fueron contadas.
Cuando el primer vástago del Emperador Hij llegó al mundo, se verificó la virginidad de las congregadas, dos no pasaron la prueba, y quedaron fuera. Setecientas ochenta y tres fueron recibidas por los hombres de palacio durante el espacio de tres meses. De todas ellas sólo cincuenta y una quedaron encinta.
En las cuevas de Atilava se encontraba el artesano encargado de la futura joya, con el encargo de darle forma, a la milagrosa piedra, a lo largo de las lunas, desde la llegada de las afortunadas.
Ciento dos sirvientes se encargaban de suministrar comida y agua, dos por cada muchacha, teniendo prohibido el contacto con cualquier humano que no fuese su protegida.
Los doscientos sabios del Emperador Hij alimentaban los fuegos, con troncos resinosos y hojas de romero, por turnos de siete. Todos ellos imploraban la sana llegada del retoño, y todos deseaban que su turno les diese cabida, por el designio de las llamas, a escuchar el llanto, del primer neonato, mientras miraban las ascuas de sus maderas, ya que aquél sería el signo de los educadores del nuevo sabio.
Fue a las tres horas del amanecer del día siguiente a las siete lunas y tres noches de la ocupación de las cuevas de Atilava, cuando, la primera moza parturienta, dio a luz a Giur.
Mala fortuna que hubiese sido hombre, siendo el turno de cinco mujeres las que se hallaban mirando sus brasas, el noble artesano dio punto final, a la estrella roja, con el primer llanto de Giur; pero saliendo con ella a la luz de la mañana, el primer rayo de sol que refulgió en el amuleto, iluminó la frente del recién nacido trocando en serenidad su atavío.

Y así Giur, hijo del hombre, fue elegido sabio del Imperio, trasladado de inmediato junto al hijo del Emperador Hij, para respirar cada noche de su mismo aire y beber cada mañana de su misma leche, con siete sabios encargados de su futura educación, de los cuales cinco fueron mujeres, con la mayor estrella de granate terminada, con el brillo incandescente, en la mirada, de las llamas del Astro Sol, sobre las montañas de Aruel y con el calor de las lumbres causicas de las gentes de Esquida en su habla.

movimiento



Frente a la estación del tren las hojas de los árboles se acariciaban unas a otras, aprovechando las palmadas del viento, y la que estaba más cansada, después de una larga vida de contemplación, aprovechó su último aliento para descender planeando sobre la mejilla de Eulalia.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras la suavidad de la extraña surfista se deslizaba desde el rosado presagio de la cara de la mujer, por el cuello y hacia el pecho. La complicidad del aire la dejó allí prendida.

La mano de Eulalia cogió la hoja y todo lo que el roce había ido despertando en su alma de pronto se iluminó con una mirada

La canica

En el parque del Oeste, un grupo de niños jugaba a la pelota. A un par de metros de los árboles que hacían las veces de portería, había un niño sentado en el césped...

Nacho miraba absorto la canica que le había regalado su abuelo. Era una canica de cristal transparente, ni amarillento ni verdoso, completamente transparente. En el centro tenía láminas opacas de colores, como tantas otras canicas, verdes, amarillas, blancas e incluso una azul. Pero lo que más llamaba la atención de Nacho, era la colocación de aquellas vetas en aquella canica. Era una canica especial: se la había regalado su abuelo.

Los gorriones y verdecillos aleteaban entre las ramas verdes, pero él seguía mirando aquella bolita vidriosa. Entre todas las canicas que habían pasado por sus manos, pocas eran de cristal transparente. En algunas se podía imaginar un bello paisaje a través de sus vetas; una playa con cielo azul, o un pasto con cielo blanco. En esta canica, en todas y cada una de las combinaciones de vetas que podía ver, era posible imaginar un lugar que explorar y dónde perderse.

-¡Nacho! Venga. Vamos a casa. - Le gritó un anciano. Y Nacho, obediente, se levantó del césped, se metió la canica en el bolsillo y se acercó a su abuelo.

Hacía buen tiempo y apetecía pasear, por eso habían salido. Por eso y porque el abuelo, decía que, los misterios de sus arrugas, necesitaban la oportunidad de irse a vivir a las montañas; pero que, para poder hacerlo, tenían que verlas primero.

"-Mira lo que hacen estos misterios. Estas venas azules que se ven aquí, allá serán como ríos." Eso era lo que decía el abuelo cuando Nacho se preguntaba a qué se referiría.

Al final, Nacho, entendió que un misterio es un misterio; y que el abuelo, por ser mayor, debía entender mucho más sobre esas cosas. Se contentaba con imaginarse que la cara de su abuelo, al que quería mucho, era tan grande cómo la cordillera del horizonte.

Como los padres de Nacho eran unas personas serias y muy formales, se pasaban el día trabajando y cuando volvían a casa, se traían, como él, los deberes. No iban a pasear con el abuelo y él, porque además tenían que cuidar de todo, para que no faltase de nada.

Hoy era domingo, no tenía que ir al colegio, así que podía estirarse cómo sólo él sabía y disfrutar del tiempo libre. Su madre andaría limpiando a fondo la cocina y su padre estaría intentando ayudarla; aunque siempre acababa liándolo todo, se le daba mejor la plancha.

Ellos nunca tenían tiempo, así que, a él, entre semana, le iba a recoger del colegio una muchacha del edificio, llamada María, que de vez en cuando llegaba puntual. La mayoría de las veces le tocaba esperarla quince o veinte minutos, en la puerta de la clase, pero cómo siempre le traía una piruleta, no se quejaba nunca.

Algunas veces, cuando la chica llegaba realmente tarde, le llevaba a la tienda de Manuel, allí compraban una bolsa de arroz inflado y después iban corriendo a casa. Otras María, le contaba algún cuento, pero eran todos repetidos y casi se los sabía de memoria.

Nacho tenía dos amigos en clase, con el resto siempre andaba peleando, pero no le regañaban casi nunca porque siempre llevaba razón. A ninguno de ellos le enseñó la canica nunca, ni siquiera a María.

Al mediodía, la mesa siempre estaba puesta, cuando terminaba de comer, se encerraba en la habitación y soñaba con viajar, a lugares que tuviesen aquellos paisajes que tanto se parecían a las vetas de las canicas. Le gustaba imaginarse en el desierto amarillo y abrasador, o en el Ártico, cubierto de pieles, como salían en los documentales las personas que iban allí.

Surrealismo: Los gatos no lloran



Pedro estaba en la cocina preparando unos espaguetis con atún.

La estancia rezumaba algo de húmeda miseria. Indiscutiblemente significada en la ancestral pintura del techo, en sus relieves y varios descascarillados rebordes. Estos rebordes, estaban distribuidos a lo largo y a lo ancho, con cierta predisposición estadística hacía el centro de aquel.



Miseria, mal disimulada, con el empapelamiento de las grietas de aquellos azulejos florales y los obscuros intersticios entre ellos;

Olía a conglomerado recién salido de la famosa marca de muebles. El blanco de las chapas de madera, empezaba a sufrir una camaleónica transformación; que, aunque, en teoría, aún retornable a su original característica cromática; prometía llevarse a cabo para ser instaurada cómo perenne signo de la desidia de las personas de cuyos cuidados dependía.

Churretoncillos de grasa comenzaban su bienvenida al mundo llorando bajo los armarios, e inmediatamente adyacentes a la vitrocerámica, gotas minúsculas de salsa de tomate, en multitudinarias congregaciones, amenazaban con converger en una única masa clamorosa por la liberación del ácido carbónico de los refrescos. Habían elegido, cómo conclaves primigenios, las piezas cerámicas, plásticas y metálicas ideadas para cumplir la función de estación de descanso temporal para las cuberterías y vajillas. También inundaban el alicatado colindante con la profunda y atestada pila.

Dentro de la pila, un desalineamiento de tenedor, plato, vaso, plato, cucharilla, plato, vaso, tazón, cuchillo, plato, coronado por un pequeño cazo, sobresalía amenazando la encimera.

Existían tres bolsas de basura, correspondientemente al intento de obtener una escala moral válida en un mundo mediáticamente preocupado por el equilibrio medioambiental, que escondían, tras sus cartelitos en el cubo trideparmental (de una tienda monocultural y económicamente al alcance de casi cualquier habitante urbanita, del universo dónde Luis preparaba sus espaguetis con atún) latas, cartón y orgánicos: huesos de pollo, cigarrillos y envases de embutido, que se incorporaban respectivamente, a la atrabiliaria mayoría de encasillamientos correctos. Tal era el antojo del baile de los desperdicios.

Era una casa con infinitud de recovecos sociales a los que no adherirse, siendo para algunas mentes, sobre todo jóvenes recién salidas de sus hogares familiares tradicionales, un recúmulo de historias curiosas en las que recrearse entre la salida del hastío y el asombro insalvable que todos sentimos hacia lo desconocido.

Tenía diez habitaciones, antropológicamente tan dispares, que absolutamente todos sus habitantes rezaban cada noche a todos los dioses por el no descubrimiento de la bomba nuclear por sus vecinos. Tres cuartos de baño, de los cuales sólo uno se encontraba en disposiciones higiénicas diarias de acoger al ochenta por ciento de la población; los otros dos, relegados a los dos guetos principales e indiscutibles al veinte por ciento restante, estaban controlados por la mafia del hedor a testosterona que amenazaba en cuanto se hacía un hueco de dos cm entre las puertas y su marco. Un salón indómito, tan indómito que, a pesar de los intentos de la práctica totalidad de las gentes que por allí pasaron, absolutamente nadie consiguió domesticarlo lo suficiente cómo para entablar más de diez minutos de relación con él. La terraza virgen, decían las lenguas, en el lenguaje de las leyendas, que el más atrevido y valiente varón que pueda imaginarse osó una vez poner el pie en ella y el salón, hechándosele encima, le rodeó y , oprimiéndole todo el cuerpo hasta casi la asfixia, le escupió por la ventana, lleno de cardenales y con el corazón bastante dañado, directamente hasta el hospital más cercano. Y por supuesto la cocina antes mencionada.

Luis tomó sus espaguetis con atún, los vertió en el plato que guardaba habitualmente con mucho celo en su armario ropero, y , manteniendo el medio metro de separación de rigor entre su vientre y la encimera, investigó ( durante al menos dos minutos, con el plato de espaguetis en la mano izquierda y la cacerolilla en la derecha) cuál sería la fórmula para poder fregar única y exclusivamente el utensilio que, en aquellos momentos, le había servido para cocinar. No se le ocurrió ninguna, pero recordaba los consejos de su profesor de matemáticas, allá en la infancia: “Cuando tengas un problema y no se te ocurra ninguna solución, déjalo estar, deja que tu mente descanse y al día siguiente prueba volver a intentar resolverlo; El subconsciente seguirá trabajando y será más efectivo.”. Jamás olvidaría aquél sabio consejo.

Procedió pues a dejar el recipiente sobre el cazo incipientemente sobresaliente del ras de la pila y se fue a comer los espaguetis a su habitación.


Mientras, yo, había podido observar, en pleno campo, el mejor documental posible sobre el alma humana en estado natural, al tiempo que tendía la ropa y dudaba si dejar la puerta de la lavadora abierta para que no cogiera olores (perversos e insalubres) o cerrada (para que el menos hábil no se golpease con ella las rodillas).

Caminos

Nuestros caminos cruzaron paralelos la misma carretera, y fué entonces que tu sombra abrazó a la mia.

Bosquejos de Madrid

Madrid es una ciudad trabajadora; los treinta años de Madrid se desayunan ligeros, se suben en los autobuses y en el metro.

Aunque pueden disponer de coche, en raras ocasiones pueden guarecerlo.

A esa edad, con frecuencia, Madrid llega hasta Toledo; entonces, aparca en Principe Pio o incluso en el aeropuerto.

Cuando entra en el transporte público, se apretuja, baja la mirada y permanece en silencio.

El traje de Madrid no tiene precio, porque los atuendos más dispares comparten perchas baratas venidas de lejos; como el camaleón, índica, en su calidad,la humildad con que baja su cabeza para huir de la guillotina francesa, además la presteza del calzado se queda corta, núnca corre lo suficiente: El humo negro del centro, lo atrapa entre giro y giro.

Esta extraña ciudad quiso hablar francés, pero la filmografía de los sueños le ahogo el idioma en el argumento de un videojuego.

Casi todos sus recuerdos están cubiertos por las siestas olvidadas y, cuando alguno se levanta, derrama su cansancio sobre las bebidas del fin de semana.

El centro de Madrid carece de niños y abuelos, alguien cuenta que los vió sentados, todos juntos y muy quedos, cómo escondiéndose del sonido de algún lejano cuerno. Otros dicen que aquellos oyeron, al atreverse en las periferias, los cantos de algún recreo, y, prendados de su belleza, no volvieron a pisar estas aceras.